Por Mariana SanchezDoce películas brasileñas nunca estrenadas en la Argentina aterrizarán en suelo porteño para la primera edición del
Cine Fest Brasil Buenos Aires, que ocurrirá entre el 8 y 14 de mayo en el Village Recoleta. Entre las proyecciones anunciadas está
Mutum, primer largo-metraje de la directora carioca Sandra Kogut y la gran sorpresa de la 39a Quincena de Realizadores de Cannes 2007.
Adaptación cinematográfica de la obra
Campo Geral de Guimarães Rosa – seguramente el mayor escritor brasileño del siglo XX –, Mutum fue filmado en el sertão (desierto) de Minas Gerais con actores profesionales e iniciantes, conducidos magistralmente por Fátima Toledo, quien ha trabajado en la preparación de actores de películas como
Ciudad de Dios y Tropa de Elite. El casting reunió en torno de mil chicos de familias muy pobres en su mayoría y sin cualquier contacto anterior con la televisión o el cine. El encuentro de Sandra Kogut con el protagonista Thiago ocurrió casualmente en una escuela rural del norte de Minas. “Cuando lo vi sentadito en un rincón de la sala me impresioné con su mirada. Era la mirada de alguien que parecía decir ‘
no es posible que el mundo sea así”, recuerda Kogut, quien mantuvo los nombres reales de los actores luego de notar que “
una parte importante del personaje se torna lo que es la propia persona”. Según la directora, ningún actor tuvo acceso al guión de Mutum. Todo fue transmitido oralmente y de manera muy orgánica, mezclándose a la realidad de los sertanejos de la región.
A más de dos mil kilómetros y casi seis años después, Mutum establece diálogos curiosos con el largo-metraje de estreno de otra importante directora latino-americana:
Lucrecia Martel, quien concurre este mes en la Competencia Oficial de Cannes con su producción más reciente,
La Mujer Sin Cabeza. Aunque a primera vista la vegetación tropical del interior de Salta pueda contrastar con la inhóspita aridez del sertão de Minas, en seguida descubrimos que tanto Kogut cuanto Martel parten de una cierta geografía para retratar la intimidad y las angustias de las relaciones familiares, asumiendo claramente el punto de vista de los chicos. El propio título de ambas películas remite al nombre de las ciudades en donde ocurren los relatos –
nombres, además, cargados de sentido: si La Ciénaga refuerza la metáfora del pantano en que la familia de Mecha y Tali se hunden, impedidas de cualquier transformación, Mutum es un ave negra que sólo canta de noche, lo que justifica la palabra ser usada localmente como sinónimo para “mudo”. Mutum es también el municipio de Minas Gerais donde vive la familia de Thiago, lejana e incomunicable, confiando secretos de sangre en papelitos amasados.
En la ópera-prima de Martel, es la niña Momi quien orienta nuestra mirada. En Mutum, por su vez, es a través de la mirada miope del niño Thiago que podemos llegar al mundo de los adultos. Las dos directoras demuestran especial interés en la
exploración de la sensibilidad: lo que se ve, lo que se toca o lo que se siente. En específico, ninguna de las películas se contenta con un registro sonoro netamente descriptivo, referencial. Kogut y Martel proponen una especie de sonoridad interna, sensorial, muy propia del universo infantil, cuando toda suerte de percepción es aflorada por la curiosidad. Pero no se trata solamente de la percepción física aprehendida por los sentidos humanos, si no que va más allá: Thiago se cuestiona constantemente acerca de lo que percibe como siendo bueno o malo. “
Cuando uno es niño, las reglas son frecuentemente la cosa más misteriosa del mundo, y es difícil comprender lo que es cierto o errado”, explica la directora de Brasil. “Pasamos mucho tiempo confundidos en esto y tenemos la sensación presente de que las reglas son distintas para los adultos y los chicos.” Es importante recordar que, en el caso especifico de Martel, la salteña lleva esa discusión a las últimas consecuencias en su película posterior,
La Niña Santa, en que la protagonista Amalia oscila entre el pecado de la carne y la elevación del espíritu después de conocer al Dr. Jano.
Otro paralelo posible entre esas dos películas de estreno viene a ser la muerte de un niño como
plot point. En La Ciénaga, ni mismo la caída fatal de Luchi al final de la proyección es capaz de sacar los microcosmos de Mecha y Tali de su eterna modorra. Todo permanece igual.
“No vi nada”, dice Momi, al regresar del tanque donde fieles veían la imagen de la Virgen. El relato termina sin cualquier esperanza de cambio. En ese sentido, Mutum asume otro camino al apuntar para una luz: tras la muerte de su hermano Felipe, Thiago es llevado a la ciudad, abandonando la geografía de hambre y decadencia de Mutum. La gran ciudad es solo promesas, la promesa de estudiar, de aprender un oficio y sobretodo la de conseguir los anteojos necesarios para ver el mundo con nuevos colores.
Thiago da Silva Mariz – el actor de verdad, no el personaje –, también tuvo la oportunidad de ir a la gran ciudad. Cuando Mutum estrenó en el
Festival de Cine del Rio de Janeiro, en septiembre de 2007, viajó hasta allá, asistió la película, cedió entrevistas y apareció en la tele. Aquella era la primera vez que el niño de diez años ingresaba en una
sala de cine. Pero su visita a la ciudad fue corta. Dos días después ya había regresado a Capivara, en el sertão mineiro de Guimarães Rosa, que ahora también es un poco el sertão de Sandra Kogut.